Por Juanmari Ripalda
Fotografías: Juan Pedro Rodríguez.
Seguimos
nuestro repaso con algunas de las películas que se pudieron ver dentro de la
sección oficial de Sitges. La primera es Bone
Tomahawk, un terrorífico western con caníbales dirigido por el debutante S.
Craig Zahler y protagonizado por Patrick Wilson, Kurt Russell y Richard
Jenkins. Aunque su desarrollo sea pausado y crepuscular, esta suerte de Centauros del desierto con antropófagos
nos adentra en un viaje que desemboca en las entrañas del mismísimo infierno,
con un tramo final que es una bacanal de sangre y tripas, que el respetable
aplaudió con entusiasmo. Deseando ver el siguiente western en el que interviene
Russell: The Hateful Eight, de don
Quentin Tarantino.
Jon Watts,
director de la algo insulsa Clown,
consigue al fin encontrar el tono en la interesante Cop Car. Esta película en la que encontramos a un magistral Kevin
Bacon en el papel de un despiadado policía corrupto, supone el periplo de dos
muchachos que, montados en un coche de policía (aparentemente abandonado),
deambulan hacia la pérdida de la inocencia. Muy interesante.
Bernard
Rose, al que muchos aficionados recordamos por Candyman, volvió a Sitges con Frankenstein,
enésima adaptación libre de la novela de Mary Shelley, que nos trae al
“monstruo” a la época actual y le otorga el protagonismo que se ha perdido a lo
largo de todos estos años. El resultado es una película que deambula entre el
drama y la ciencia ficción, con alguna fuga al gore más festivo. Aunque el
resultado es algo irregular, merece la pena verse.
Después de Blue Ruin, Jeremy Saulnier se pasa al color verde en Green Room. En esta intensa película un grupo de punk se queda atrapado en una habitación mientras una peligrosa pandilla de skin heads les intentan dar caza. Saulnier consigue una tensa película gracias a su buen hacer tras las cámaras y sus escapes a la violencia extrema. Esta especie de Asalto a la comisaría del distrito 13 de Carpenter con punks y skins es quizás de lo mejor que dio la edición. Imprescindible.
Eli Roth
sigue intentando dar en la diana tras las dos estimables entregas Hostel y Cabin Fever, y lo cierto es que no lo consigue. Su unión con el
chileno Nicolás Lopez parece que ha jugado en su contra (prueba de ello es la
ridícula Infierno Verde) y Knock
Knock, un remake de la setentera Death
Game, no iba a ser una excepción. Aunque en un principio empieza bien, el asalto
que sufre un idílico padre de familia (interpretado por Keanu Reeves) por parte
de dos Lolitas psicóticas termina con un frívolo mensaje feminista y un chiste
tonto sobre las redes sociales. Tan anodina como insulsa, merece la pena eso sí
por los convincentes papeles de Lorena Izzo y nuestra Ana de Armas.
Sorprendente
giro de Sion Sono (galardonado con La màquina del Temps en la presente edición del festival) hacia un film con una fuerte carga feminista. Después de uno
de los inicios más impactantes después del de Suicide Club, Tag nos
adentra en el mundo del gamer (así es
como se denomina a los que juegan a las consolas) y denuncia la peyorativa
imagen de la mujer. Otra cosa no, pero desde luego hay que valorar la valentía
de Sono a la hora de hacer una película como está en un país tan machista como
Japón.
Sean Byrne,
director de la muy recomendable The Loved
Ones (también vista en una pasada edición de Sitges), vuelve a ponerse tras
las cámaras con una potente e hipnótica cinta satánica llamada The Devil’s Candy. Con ella Byrne
penetra en el terror a ritmo del heavy metal más cañero y además es capaz de
acallar los susurros del mismísimo diablo. Para el que esto escribo la mejor
película del festival.
Presentada
como un nuevo soplo al cine de terror y comparada con La cabaña en el bosque, lo cierto es que The Final Girls de Todd Strauss-Schulson, no es ni tan original ni
tan rompedora. Esta especie de El último
gran héroe del slasher, supone
eso sí, una puesta al día del papel de la mujer en este subgénero (algo que ya
se había hecho, todo hay que decirlo), con una puesta en escena brillante.
Una de las delicias
de la presente edición fue The Hallow
de Corin Hardy. Esta especie de cócktel en el que se puede notar la influencia
de Sam Raimi, Cronenberg, así como de El
resplandor y Pacto de sangre del
llorado Stan Winston. Esta monster movie
con sabor a whisky escocés pasó sin levantar demasiadas pasiones aunque a mí me
robó el corazón.
The Invitation, ganadora del premio a la mejor
película de la Sección Oficial, es una interesante muestra de cine indie que encandiló al público. Con tan
solo un único escenario, The Invitation
tiene un desarrollo de esos que se cocinan a fuego lento y que va aumentando
hasta llevarnos a un final desgarrador. Lo más llamativo es que la responsable
de este thriller tan íntimo sea la misma que años atrás había dirigido Aeon Flux o la fallida Jennifer’s Body con Megan Fox.
Interesante.
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