viernes, 25 de abril de 2014

LOS HUÉSPEDES (2011)



Con tan solo treinta y cuatro años y seis películas en su haber –sin contar su participación en los films corales V/H/S y The ABCs of Death, así como la serie online Dead & Lonely–, Ti West se ha convertido en una de las grandes esperanzas del cine de terror contemporáneo, especialmente a raíz de la repercusión obtenida por The House of the Devil, editada en DVD en nuestro país con el traducido título de La casa del diablo, la cual supuso en su momento el tercer jalón de una carrera que se había iniciado en el 2005 con The Roost. Frente a la narración atropellada y los sustos a base de efectos sonoros que pueblan en la actualidad el género, West apostaba en ella por un estilo situado totalmente en sus antípodas. Con la mente puesta en el “American Gothic”, corriente que era abiertamente homenajeada desde sus propias premisas argumentales, The House of the Devil confiaba todo su potencial en la creación de un sostenido clima de suspense, a través de una narración pausada que acababa por desembocar durante su clímax en un estallido de las emociones contenidas hasta ese instante, de un modo que hacía recordar al Tobe Hooper de La casa de los horrores.


Luego de su fallido intento por integrarse en la industria hollywoodiense con la secuela de Cabin Fever, cuyo montaje final realizado por los productores a sus espaldas acabaría repudiando, a tal punto de solicitar sin éxito que su nombre fuera sustituido en los créditos por el de Alan Smithee[1], West volvería a retomar la senda abierta por su antecesora con Los huéspedes. Tanto es así que, a grandes rasgos, su base es prácticamente la misma, siendo de nuevo su personaje principal una bella muchacha, pura e inocente, que se topará con el horror mientras desempeña su trabajo. Lo mismo ocurre con el marco escénico en el que se desarrolla la acción: un enorme caserón plagado de lúgubres pasillos y recovecos, incesantemente explorados por su aterrada protagonista. Así las cosas, la principal diferencia entre una y otra estriba en que, mientras que The House of the Devil se inscribía en el cine de temática satánica tan de moda en la década de los setenta, Los huéspedes hace lo propio con el subgénero de casas encantadas, utilizando como principal referente la versión que de la novela de Stephen King El resplandor realizara Stanley Kubrick.


Sin embargo, la cinta no se limita a ser un calco o una prolongación de lo ya expuesto por su predecesora. Más al contrario, partiendo de similares ingredientes Los huéspedes se encarga de corregir algunos de los defectos que en su momento se achacaron a The House of the Devil. Como si se burlara de aquellos que censuraron el ritmo sosegado de esta –en este sentido hasta se permite bromear acerca de los rumbos que rigen el cine de terror actual con la broma del video en el ordenador–, durante buena parte del metraje el cineasta de Delaware se dedica a filmar el aburrimiento y cotidianidad laboral de sus dos personajes principales, un par de empleados de un hotel que afronta su último fin de semana abierto antes de echar el cierre definitivo. Pero lejos de producir el tedio, la narración consigue despertar y mantener la atención gracias a un acertado diseño y desarrollo de personajes, al que contribuye, y de qué modo, la química existente entre su dúo interpretativo, formado por Pat Healy y, sobre todo, una adorable Sara Paxton, pero también por un particular sentido del humor que hace que “la espera” resulte más digerible para los espectadores más impacientes. No solo eso, sino que en el dibujo que se hace de esos dos “encargados” no es difícil percibir cierto retrato generacional de una parte de la juventud de hoy en día, presa de un empleo sin futuro y carente de cualquier tipo de sueños o aspiraciones personales en la vida.


Pero lo que en un principio discurre bajo un tono ligero, poco a poco se va enrareciendo de forma progresiva según avanza el metraje. Para cuando en el último tramo de la cinta West se decide a apretar el acelerador, vuelve a mostrar su capacidad y facilidad para generar terror sin desplegar apenas medios. Una actriz y una solitaria localización son todos los elementos que necesita para infundir el temor en la platea, apoyándose tan solo en el manejo de la luz, la elección del encuadre y la dilatación del tempo narrativo –sin olvidar la extraordinaria partitura compuesta por Jeff Grace–. Algo que en un principio puede parecer sumamente sencillo pero que, en realidad, es el fruto de una estudiada puesta en escena y un profundo conocimiento de los mecanismos del género de quien atesora ser un consumado aficionado. Así lo atestigua el componente nostálgico que asoma a lo largo de la práctica totalidad de su filmografía; desde la primeriza The Roost, mediante la inclusión de una presentación al más puro estilo de las realizadas por Vampira y su sosias Elvira en sus respectivos espacios televisivos dedicados a la emisión de películas de terror, hasta al que a día de hoy es su más reciente trabajo, The Sacrament, en el que bajo el formato de found footage rememora el suicidio colectivo organizado por el reverendo Jim Jones que previamente hubiera sido llevado a la gran pantalla, entre otros, por el mexicano René Cardona Jr. en  1979 con Guyana, el crimen del siglo, y que aquí se manifiesta con la presencia en su reducido reparto de la veterana Kelly McGillis, protagonista durante los años ochenta de films tan recordados como Top GunÚnico testigo o El cazador de gatos de Abel Ferrara.


Ahora bien, sería un error limitar el alcance de Los huéspedes a la efectividad que exhibe en su primigenia condición de producto terrorífico. Por el contrario, lo más encomiable del conjunto reside en el subtexto que anida tras su aparente fachada. Jugando con los diferentes significados de la palabra espíritu en sus acepciones de sinónimo de ente paranormal, y de esa parte intangible e indisoluble de cada individuo que algunos identifican como alma, la trama funciona a dos niveles, relatando por un lado una historia de espectros al uso y, por otro, los fantasmas que arrastran los personajes que en ella habitan. Al fin y al cabo, de lo que se habla es del paso del tiempo y de su inexorable poder destructor, representado por el decadente hotel que sirve de espacio a los acontecimientos, pero también por esos solitarios huéspedes que deambulan entre sus paredes a los que alude el título: una antigua estrella de la pequeña pantalla reconvertida en médium, un anciano recién enviudado que vuelve a la habitación donde pasó su noche de bodas y una mujer que acaba de separarse y su hijo; cada uno a su modo, víctimas de un fugaz instante de felicidad que no se volverá a repetir por mucho que se empeñen en reproducirlo y que menos en el caso de la ex-actriz tienen en el amor o, más concretamente, en la perdida de él, su nexo de unión. Una conexión que incluso alcanza al supuesto espectro que mora en el lugar, una mujer que se ahorcó tras ser abandonada el día de su boda.


En las antípodas de estos caracteres se sitúa la pareja de empleados que protagoniza la historia, dos seres que se atraen pero que no se atreven a exteriorizar sus sentimientos, incapaces en su pasividad de conquistar su cuota de bienestar por efímera que esta sea. En lugar de eso, buscan en la investigación de fenómenos paranormales la válvula de escape con la que llenar el vacío de sus vidas. No deja de ser paradójico, así las cosas, que se dediquen a perseguir la posible existencia de vida en el más allá, mientras se olvidan de lo más importante de todo y de aquello que anhelan el resto de espíritus: vivir. Máxime, porque puede que cuando uno de ellos dos se atreva a dar el primer paso y expresar lo que siente por el otro, sea ya demasiado tarde y se hayan dado de bruces con aquello que andaban buscando. Una vez más el (des)amor y sus fantasmas.

José Luis Salvador Estébenez


[1] Extraído de Wikipedia, con la salvedad del inciso, que es de cosecha propia: “Alan Smithee (y sus variantes Allen Smithee y Alan Smythee) es un seudónimo asumido por los directores de cine estadounidenses cuando por cualquier motivo repudian el resultado de una producción cinematográfica y no quieren aparecer en los créditos de la película. Alan Smithee es el anagrama de “The Alias Men” (Los hombres con un alias”). Este seudónimo fue acuñado por el Sindicato de Directores de Estados Unidos en 1968 -para la película La ciudad sin ley [Death of a Gunfighter], co-dirigida por Robert Totten y Don Siegel- y se usó oficialmente hasta 2000, para manifestar la insatisfacción del director por no haber tenido el control creativo deseado sobre la película. Según las reglas de su uso, el director se comprometía a no comentar las causas concretas que le llevaban a tomar tal decisión o incluso a no reconocer que era el director real. Este seudónimo también ha sido utilizado por otros trabajadores del gremio cinematográfico como los guionistas.”



NOTA: Reseña aparecida en "La Abadía de Berzano" y reproducida aquí con permiso de su autor.

No hay comentarios: