viernes, 23 de marzo de 2012

FRIGOBERTO, EL VAMPIRO BONDADOSO



Como no me gustan la mayoría de los cuentos que le leo a mi hijo, he decidido escribir unos cuantos para ir contándoselos cuando llega la noche. Espero que aprenda mucho más que con los cuentos de toda la vida (¡¡siempre muren los padres, joder!!). Ahí les dejo uno.

Frigoberto vivía en un enorme castillo con la única compañía de Ambrosio, su fiel sirviente chepado. Ambos tenían una apariencia tan horrible que nadie en su sano juicio se atrevería a adentrarse en los tenebrosos terrenos que colindaban la fortaleza. Por aquellos lares ni siquiera crecía vegetación y los únicos animales que uno podía encontrar eran murciélagos, tarántulas, víboras y unos hambrientos cocodrilos que chapoteaban en un lago próximo.

Con semejante panorama no era de extrañar que Frigoberto se sintiera a veces muy solo y triste, pues era un vampiro y las gentes del pueblo sentían terror al oír pronunciar su nombre.

-Ay, lo que daría yo por una acompañante – le decía Frigoberto a su fiel compañero de fatigas -. No es que desprecie tu compañía, querido Ambrosio, bien es cierto que ambos pasamos grandes momentos jugando a las carabelas y robando ojos en el cementerio – dicho esto soltó un breve suspiro -, pero a veces no basta con eso. ¿Me comprendes?

Ambrosio asintió pensativo. Vaya si lo entendía. Ambrosio comprendía perfectamente los sentimientos de su amigo, ya que aunque él no fuera ningún vampiro, su fisonomía de fenómeno de feria, sus ojos desorbitados y la enorme chepa que lucía en la espalda, causaban estupor y asco entre las gentes del pueblo. Aún así, a diferencia de Frigoberto, con el paso de los años se halló una solución a su problema. Sólo bastaba una simple operación quirúrgica y ¡et voilà! Ambrosio volvería a ser un hombre corriente. La única pega que encontraba era que si volvía a ser un hombre normal, dejaría solo a Frigoberto y era muy fuerte la amistad que los unía.

-¡Tenemos que hacer algo! – dijo de repente Frigoberto -. No aguanto más esta terrible soledad.

-¿Y que pretende hacer, Maestro? – le preguntó con cierta intriga Ambrosio.

Entonces Frigoberto se puso una de sus mejores capas y se atusó el pelo.

-Pienso ir al pueblo en busca de una solución. Si, soy un vampiro, ¡pero también fui un hombre una vez!

Ambrosio no tenía demasiadas esperanzas en que su buen amigo consiguiera convencer a los escépticos habitantes del pueblo, pero aún así pensó que sería mejor dejarlo ir y apoyarlo en todo momento. Así que ambos cogieron su carruaje y se dirigieron a todo galope a la aldea más cercana. Una vez allí, al verlos llegar, todos se escondieron en sus casas muertos de miedo, pues en vez de caballos, de aquel oscuro carruaje tiraban unos feroces lobos que jadeaban fuego. Frigoberto salió del carruaje y se plantó en mitad de la plaza del pueblo:

-Hola a todo el mundo – gritó -. Soy el Conde Frigoberto y como sabréis, soy un vampiro.

Frigoberto se calló unos segundos esperando recibir alguna contestación, pero lo único que escuchó fue su eco. Las ventanas de las casas se mantenían cerradas, pero a través de las rendijas de algunas se escapaba un minúsculo haz de luz que indicaba que allí dentro habitaba gente.

-¡Sé que estáis dentro de vuestras casas! ¡Qué me tenéis miedo! - inquirió de nuevo -. Pero no os voy a hacer nada. Debéis comprenderme, soy un vampiro y no puedo hacer nada para esconder mis colmillos y mi aspecto fúnebre… Pero soy bueno… ¡Debéis creerme! ¡Debéis confiar en mí!

Pero una vez más lo único que recibió a cambio de estas suplicas fue su propio eco. Triste, Frigoberto pensó que lo mejor sería volver a su castillo y jugar con las musarañas, tal y como hacía cada tarde. Pero repentinamente una mujer vestida con un minúsculo vestido blanco y un gorrito en la cabeza salió en su busca.

-Un segundo, no se vaya todavía – dijo.

Frigoberto se volvió y rápidamente se quedó prendado de la enorme belleza de la chica, pues es bien sabido por todos que los vampiros suelen ser muy enamoradizos y románticos.

-Tengo entendido que ustedes los vampiros se alimentan de sangre.

-Efectivamente – respondió Frigoberto -, y bastante tengo con ello, ya que por ese motivo nadie se atreve a acercase a mi.

Pero la chica no parecía estar preocupada por aquellas declaraciones y continúó:

-Me parece estupendo – dijo -, pues soy enfermera y no doy abasto. El hospital se ha convertido en un completo caos.

Frigoberto se quedó perplejo ante lo que estaba escuchando.

-¿Qué no da abasto? ¿En un caos, dice? ¿A que se refiere? – preguntó.

-Pues verá, es que tengo el hospital colapsado de obreros.

-¿De obreros dice?

-Si, están construyendo un enorme monumento en memoria del Conde Subotai cerca la biblioteca, y los obreros no paran de aporrearse las manos con los martillos. Al parecer, el polen de la primavera hace que no paren de estornudar y esto les provoca accidentes mientras trabajan.

Frigoberto aún no salía de su aturdimiento:

-Pero, ¿y que quiere haga yo al respecto, señorita? ¿Qué tengo que ver yo en todo este asunto?

-Usted mismo me dijo que se alimenta de sangre, ¿no es así? – respondió la enfermera. Entonces abrió su boca y se la mostró al vampiro -. Pues bien, tengo el paladar sin gusto de tanto chupar la sangre de los dedos amoratados de los obreros. ¡Usted me iría muy bien! Usted se queja de que está demasiado solo en su castillo, ¿no? ¡Pues esta sería una buena manera de integrarse en el pueblo, ¿no le parece?! ¿Qué me dice, acepta el puesto?

Frigoberto emocionado, sintió como su corazón inerte se llenaba de mariposas. “¡Por fín!”, pensó, “por fin dejaré de estar solo en ese castillo lleno de telarañas”. Pero entonces le vino a la mente una imagen tan rápida como un relámpago: Ambrosio, su fiel sirviente.

-¡Ambrosio! – dijo de repente -. Ambrosio, ¿has escuchado? ¿Me ofrecen trabajo en el hospital? Curaré los dedos ensangrentados de los obreros…

Pero cuando se volvió no quedaba ni rastro de Ambrosio, ni del carruaje ni los lobos. Ambrosio volvió al castillo con una pena enorme en el cuerpo. Él que jamás había abandonado a su maestro veía como éste no tenía ningún reparo en dejarlo de lado a la primera ocasión. En cierto modo lo comprendía, pues su compañía no se podía equiparar a la de aquella enfermera tan bella, así que a Ambrosio sólo le quedaba llorar y contentarse con charlar con los tiburones que tenía en la piscina del castillo.

Pero para su sorpresa, nada más abrir la puerta del castillo se encontró con que su amigo Frigoberto y la enfermera le esperaban dentro.

-¿Por qué te marchaste, Ambrosio? – le dijo el vampiro, nada más verlo entrar -. ¿Acaso no oíste la buena noticia?

-Si, si que la oí, pero no creo que yo tenga la misma suerte que usted. Pues lo único que conseguiría con mi horrible presencia es estorbarle en su trabajo.

Entonces la enfermera y Frigoberto comenzaron a reír.

-Querido Ambrosio, ¿es que piensas que sería capaz de abandonarte después de todo lo que has hecho por mí? Jamás tendré las suficientes monedas de oro como para premiar tu lealtad, querido amigo. Además, por lo que me ha contado mi prometida – dijo volviéndose hacia la enfermera -, tu problema tiene solución. Si quieres puedes convertirte en un hombre normal y corriente, ¿verdad?

La enfermera sonrió alegre:

-Exacto Ambrosio, tan sólo necesitas una simple operación quirúrgica y ¡et voilà! Se acabó ser un monstruo de feria.

Ambrosio se abrazó a su amo y a la enfermera entre sollozos.

-Muchas gracias Maestro. Muchas gracias señorita. Como temía que me abandonaran… Está bien, ¡háganme esa dichosa operación para no resultar tan horripilante a los demás! Pero antes prométanme una cosa.

Frigoberto y la enfermera se lo quedaron mirando expectantes.

-Júrenme por Bram Stocker que dejarán tranquila mi chepa. Déjenmela tal y como está, por favor. Me encanta cuando se me suben encima las gaviotas y me picotean las verrugas. Gracias a ellas, últimamente no tengo apenas garrapatas y me alivian los picores.

Y dicho esto, todos estallaron a reír.
 


-FIN-

4 comentarios:

Pepe Cahiers dijo...

Entrañable relato de esos incomprendidos vampiros que, encima de asegurarte la vida eterna y mucho erotismo, nosotros desagradecidos les clavamos estacas. ¿Alguien en su sano juicio le clavaría una de esas estacas a Kate Beckinsale?.

miquel zueras dijo...

Un relato estupendo. Está pidiendo a gritos ser ilustrado por Tim Burton o un servidor... yo me ofrezco encantado. Saludos. Borgo.

lazoworks dijo...

PEPE: Yo le clavaría una, pero de carne... (y por donde usted sabe).

MIQUEL: A mi Tim Burton ya me empieza a caer un poco gordo... Pero usted... ¡¡Si usted me hace el favorazo de ilustrarme el cuento me hace un hombre, Don Miquel!

angelpito injurioso dijo...

Menudo padre estás tu hecho,pobre,cuando tenga unos cuantos años mas,vas a meter en cada lio al Lazogurscito...si le gusta tu cuento,ponle también puedes ponerle uno mio:
http://www.ivoox.com/dramatizaciones-la-mina-audios-mp3_rf_1066857_1.html
Ahora estoy trabajando en otro,esté atento.