Como no me gustan la mayoría de los cuentos que le leo a mi hijo, he decidido escribir unos cuantos para ir contándoselos cuando llega la noche. Espero que aprenda mucho más que con los cuentos de toda la vida (¡¡siempre muren los padres, joder!!). Ahí les dejo uno.
Frigoberto
vivía en un enorme castillo con la única compañía de Ambrosio, su fiel
sirviente chepado. Ambos tenían una apariencia tan horrible que nadie en su
sano juicio se atrevería a adentrarse en los tenebrosos terrenos que colindaban
la fortaleza. Por aquellos lares ni siquiera crecía vegetación y los únicos
animales que uno podía encontrar eran murciélagos, tarántulas, víboras y unos
hambrientos cocodrilos que chapoteaban en un lago próximo.
Con
semejante panorama no era de extrañar que Frigoberto se sintiera a veces muy
solo y triste, pues era un vampiro y las gentes del pueblo sentían terror al
oír pronunciar su nombre.
-Ay,
lo que daría yo por una acompañante – le decía Frigoberto a su fiel compañero
de fatigas -. No es que desprecie tu compañía, querido Ambrosio, bien es cierto
que ambos pasamos grandes momentos jugando a las carabelas y robando ojos en el
cementerio – dicho esto soltó un breve suspiro -, pero a veces no basta con
eso. ¿Me comprendes?
Ambrosio
asintió pensativo. Vaya si lo entendía. Ambrosio comprendía perfectamente los
sentimientos de su amigo, ya que aunque él no fuera ningún vampiro, su
fisonomía de fenómeno de feria, sus ojos desorbitados y la enorme chepa que
lucía en la espalda, causaban estupor y asco entre las gentes del pueblo. Aún
así, a diferencia de Frigoberto, con el paso de los años se halló una solución
a su problema. Sólo bastaba una simple operación quirúrgica y ¡et voilà! Ambrosio volvería a ser un
hombre corriente. La única pega que encontraba era que si volvía a ser un
hombre normal, dejaría solo a Frigoberto y era muy fuerte la amistad que los
unía.
-¡Tenemos
que hacer algo! – dijo de repente Frigoberto -. No aguanto más esta terrible
soledad.
-¿Y
que pretende hacer, Maestro? – le preguntó con cierta intriga Ambrosio.
Entonces
Frigoberto se puso una de sus mejores capas y se atusó el pelo.
-Pienso
ir al pueblo en busca de una solución. Si, soy un vampiro, ¡pero también fui un
hombre una vez!
Ambrosio
no tenía demasiadas esperanzas en que su buen amigo consiguiera convencer a los
escépticos habitantes del pueblo, pero aún así pensó que sería mejor dejarlo ir
y apoyarlo en todo momento. Así que ambos cogieron su carruaje y se dirigieron a
todo galope a la aldea más cercana. Una vez allí, al verlos llegar, todos se
escondieron en sus casas muertos de miedo, pues en vez de caballos, de aquel
oscuro carruaje tiraban unos feroces lobos que jadeaban fuego. Frigoberto salió
del carruaje y se plantó en mitad de la plaza del pueblo:
-Hola
a todo el mundo – gritó -. Soy el Conde Frigoberto y como sabréis, soy un
vampiro.
Frigoberto
se calló unos segundos esperando recibir alguna contestación, pero lo único que
escuchó fue su eco. Las ventanas de las casas se mantenían cerradas, pero a
través de las rendijas de algunas se escapaba un minúsculo haz de luz que
indicaba que allí dentro habitaba gente.
-¡Sé
que estáis dentro de vuestras casas! ¡Qué me tenéis miedo! - inquirió de nuevo
-. Pero no os voy a hacer nada. Debéis comprenderme, soy un vampiro y no puedo
hacer nada para esconder mis colmillos y mi aspecto fúnebre… Pero soy bueno…
¡Debéis creerme! ¡Debéis confiar en mí!
Pero
una vez más lo único que recibió a cambio de estas suplicas fue su propio eco.
Triste, Frigoberto pensó que lo mejor sería volver a su castillo y jugar con
las musarañas, tal y como hacía cada tarde. Pero repentinamente una mujer
vestida con un minúsculo vestido blanco y un gorrito en la cabeza salió en su
busca.
-Un
segundo, no se vaya todavía – dijo.
Frigoberto
se volvió y rápidamente se quedó prendado de la enorme belleza de la chica,
pues es bien sabido por todos que los vampiros suelen ser muy enamoradizos y
románticos.
-Tengo
entendido que ustedes los vampiros se alimentan de sangre.
-Efectivamente
– respondió Frigoberto -, y bastante tengo con ello, ya que por ese motivo nadie
se atreve a acercase a mi.
Pero
la chica no parecía estar preocupada por aquellas declaraciones y continúó:
-Me
parece estupendo – dijo -, pues soy enfermera y no doy abasto. El hospital se
ha convertido en un completo caos.
Frigoberto
se quedó perplejo ante lo que estaba escuchando.
-¿Qué
no da abasto? ¿En un caos, dice? ¿A que se refiere? – preguntó.
-Pues
verá, es que tengo el hospital colapsado de obreros.
-¿De
obreros dice?
-Si,
están construyendo un enorme monumento en memoria del Conde Subotai cerca la
biblioteca, y los obreros no paran de aporrearse las manos con los martillos.
Al parecer, el polen de la primavera hace que no paren de estornudar y esto les
provoca accidentes mientras trabajan.
Frigoberto
aún no salía de su aturdimiento:
-Pero,
¿y que quiere haga yo al respecto, señorita? ¿Qué tengo que ver yo en todo este
asunto?
-Usted
mismo me dijo que se alimenta de sangre, ¿no es así? – respondió la enfermera.
Entonces abrió su boca y se la mostró al vampiro -. Pues bien, tengo el paladar
sin gusto de tanto chupar la sangre de los dedos amoratados de los obreros.
¡Usted me iría muy bien! Usted se queja de que está demasiado solo en su
castillo, ¿no? ¡Pues esta sería una buena manera de integrarse en el pueblo,
¿no le parece?! ¿Qué me dice, acepta el puesto?
Frigoberto
emocionado, sintió como su corazón inerte se llenaba de mariposas. “¡Por fín!”,
pensó, “por fin dejaré de estar solo en ese castillo lleno de telarañas”. Pero
entonces le vino a la mente una imagen tan rápida como un relámpago: Ambrosio,
su fiel sirviente.
-¡Ambrosio!
– dijo de repente -. Ambrosio, ¿has escuchado? ¿Me ofrecen trabajo en el
hospital? Curaré los dedos ensangrentados de los obreros…
Pero
cuando se volvió no quedaba ni rastro de Ambrosio, ni del carruaje ni los
lobos. Ambrosio volvió al castillo con una pena enorme en el cuerpo. Él que
jamás había abandonado a su maestro veía como éste no tenía ningún reparo en
dejarlo de lado a la primera ocasión. En cierto modo lo comprendía, pues su
compañía no se podía equiparar a la de aquella enfermera tan bella, así que a Ambrosio
sólo le quedaba llorar y contentarse con charlar con los tiburones que tenía en
la piscina del castillo.
Pero
para su sorpresa, nada más abrir la puerta del castillo se encontró con que su
amigo Frigoberto y la enfermera le esperaban dentro.
-¿Por
qué te marchaste, Ambrosio? – le dijo el vampiro, nada más verlo entrar -.
¿Acaso no oíste la buena noticia?
-Si,
si que la oí, pero no creo que yo tenga la misma suerte que usted. Pues lo
único que conseguiría con mi horrible presencia es estorbarle en su trabajo.
Entonces
la enfermera y Frigoberto comenzaron a reír.
-Querido
Ambrosio, ¿es que piensas que sería capaz de abandonarte después de todo lo que
has hecho por mí? Jamás tendré las suficientes monedas de oro como para premiar
tu lealtad, querido amigo. Además, por lo que me ha contado mi prometida – dijo
volviéndose hacia la enfermera -, tu problema tiene solución. Si quieres puedes
convertirte en un hombre normal y corriente, ¿verdad?
La
enfermera sonrió alegre:
-Exacto
Ambrosio, tan sólo necesitas una simple operación quirúrgica y ¡et voilà! Se acabó ser un monstruo de
feria.
Ambrosio
se abrazó a su amo y a la enfermera entre sollozos.
-Muchas
gracias Maestro. Muchas gracias señorita. Como temía que me abandonaran… Está
bien, ¡háganme esa dichosa operación para no resultar tan horripilante a los
demás! Pero antes prométanme una cosa.
Frigoberto
y la enfermera se lo quedaron mirando expectantes.
-Júrenme
por Bram Stocker que dejarán tranquila mi chepa. Déjenmela tal y como está, por
favor. Me encanta cuando se me suben encima las gaviotas y me picotean las
verrugas. Gracias a ellas, últimamente no tengo apenas garrapatas y me alivian
los picores.
Y
dicho esto, todos estallaron a reír.
4 comentarios:
Entrañable relato de esos incomprendidos vampiros que, encima de asegurarte la vida eterna y mucho erotismo, nosotros desagradecidos les clavamos estacas. ¿Alguien en su sano juicio le clavaría una de esas estacas a Kate Beckinsale?.
Un relato estupendo. Está pidiendo a gritos ser ilustrado por Tim Burton o un servidor... yo me ofrezco encantado. Saludos. Borgo.
PEPE: Yo le clavaría una, pero de carne... (y por donde usted sabe).
MIQUEL: A mi Tim Burton ya me empieza a caer un poco gordo... Pero usted... ¡¡Si usted me hace el favorazo de ilustrarme el cuento me hace un hombre, Don Miquel!
Menudo padre estás tu hecho,pobre,cuando tenga unos cuantos años mas,vas a meter en cada lio al Lazogurscito...si le gusta tu cuento,ponle también puedes ponerle uno mio:
http://www.ivoox.com/dramatizaciones-la-mina-audios-mp3_rf_1066857_1.html
Ahora estoy trabajando en otro,esté atento.
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