Narcos, demasiado extravagante para creérsela (a modo de introducción)
Aunque nadie se haya fijado, la que es una de las series del
momento comienza con un texto en el que se puede leer la siguiente definición:
“magical realism is defined as what happens when highly detailed, realistic
setting is invaded by something too strange to believe”, algo así como “el
realismo mágico se define como lo que sucede cuando un relato muy detallado y
realista es invadido por algo 'demasiado extravagante para creérselo' ”.
Como les decía, estoy convencido de que pocos de ustedes habrán reparado en él
pero es de esta definición, de esta frase, de esta parte final del texto que
cambia del blanco al rojo y permanece impreso sobre una panorámica nocturna de
las que se suponen son las colinas de Medellín, bruma incluida, de lo que les
vengo a hablar.
Esta frase sobreimpresa aparece una única vez y sin que
vuelva a verse más a lo largo de la serie, imagino que en parte por la cagada
legalista -aunque ya me desdiré también de esto- de tener que aclarar que
nombres, personajes, detalles y sucesos de la producción no son al 100% reales
por motivos dramáticos que la productora se ha visto obligada a incluir, al
inicio de cada capítulo, muy probablemente en previsión de las seguras quejas
de los “supervivientes”.[1]
Sin embargo, en ella está la que creo que es la clave del
éxito de la producción, una evidencia del mayor acierto de todo lo que tiene
que ver con el universo Narcos: la apuesta de sus
creadores por el realismo mágico.
Lo que podría ser una teoría más o menos plausible nos la
confirma Murphy, la voz en off que nos sirve de guía, un poco más adelante. En
el tercer capítulo, el narrador, ese sí personaje real involucrado en la caza
de Escobar y miembro de la DEA para más señas, dice algo así como “hay una
razón por la que el realismo mágico nació en Colombia”, exactamente el
mismo texto que aparece también en rojo al comienzo del primer capítulo tras la
definición canónica ya comentada. Otro dato en parte real, en parte inventado,
como el resto de lo que pasa en la serie, como todo lo que sucedía en la
Colombia del momento, ese país en el que lo que lo que sucedía a diario era tan
extravagante que aún hoy cuesta saber qué parte fue verdad y qué parte fue
mito.[2]
Y con esas reglas juega la serie, mezclando realidad y
ficción, aceptando desde el minuto uno que si hay una historia a la que le cabe
este juego es a la Colombia de los cárteles. El propio narrador, cuya creación
nos deja claro desde el principio que el relato va a ser parcial y subjetivo,
nos da el mensaje de que lo que se nos cuente va a ser la narración de los
hechos de un personaje inventado basado en uno real: más subjetividad
imposible, más mezcla de realismo y ficción imposible.
Este juego les permite lograr lo que pretende la serie: presentar
la caza de Pablo Emilio Escobar Gaviria, personaje ya de por sí mítico, a las
nuevas generaciones, que no vivieron aquello o que eran demasiado pequeños o
despistados para recordarlo, haciéndoles pasar un buen rato con la puesta en
valor de un potentísimo antihéroe, villano protagónico o como quieran ahora
definirlo. Y si la fórmula les funciona para engancharnos es precisamente por
esa mezcla entre realidad y ficción: ni documental puro de difícil digestión,
ni aburrido biopic al uso, ni
fantasmada de acción insustancial. Una mezcla de cada, un poquito de acá
y otro de allá, un producto picadito, fresco, ágil, con su
dosis bien verraca de expresiones guacanas para que se
queden clavadas en la mente de los espectadores: Cien por cien recomendable.
Cierto es que en la segunda temporada alargan el chicle como
si de un segundo disco del grupo prometedor del momento se tratase. Un grupo
que había tenido años para componer y rodar los temas del primero y al que
ahora le meten prisa porque la discográfica de turno quiere más y se le nota.
Cierto también que tiene más tiros y más acción de lo que la estupenda primera
temporada merece pero esperando la tercera, aunque nada más sea por ver si son
capaces de mantener el interés, hacer que la serie funcione sin su personaje
más carismático y ver si alguien, por fin, nos cuenta en una serie qué pasó con
la Colombia post-Escobar. Un doble desafío que me conformo gustoso aceptar,
visto que el GRAN reto -del que hablaremos más adelante - ya declinaron
afrontarlo desde el minuto cero. A ver si no nos decepcionan.
Retomemos. Ya les he contado que el gran acierto de quien ha
hecho Narcos está oculto en ese cartelito marginal del que les hablaba
pero aún no sé si les he explicado completamente por qué. Sí que les he apuntado
que el gran éxito de la serie ha sido el de lograr una mezcla virtuosa entre
realidad y ficción, como en el realismo mágico literario, en la que uno ya no
sabe hasta dónde llega lo real y hasta dónde lo inventado. Les decía también
que es esa fórmula la que hace que nos enganche tanto. Lo que no les he contado
aún es que esa apuesta no es casual sino el fruto de conocer a la perfección no
sólo al target al que va dirigida tu serie, doble en este caso como ya
explicaré posteriormente, sino la reacción del mismo. Y sí, creo que eso
también está condensado en esa frase flotante.
Verán, hace pocos días, coincidiendo con la subida del
último capítulo de la segunda temporada a la plataforma Netflix, Narcos
fue TT en Twitter. Tras ver qué se cocía y la cantidad de gente quejándose de
los que hacían spoilers con el final de la misma, sólo era superado por
los que se reían a mandíbula batiente de los que, al parecer, no conocían cuál
fue el final real de Pablo Escobar.
Seguramente muchos de los que se reían se habían enterado de
ese final viendo el último capítulo pero, bueno, las redes están para molar muy
fuerte, ¿no?, y no hay que perder una sola ocasión para hacerse el listillo,
¿y qué mejor para ello que adelantarse a los demás viendo antes que nadie
el último capítulo de la serie más 'in'' del momento? Pero centrémonos,
los aludidos hasta el momento pertenecerían a lo que yo denomino como primer
grupo del público potencial de la serie, el formado por los que no conocían más
que de oídas al tal Pablo Escobar, los más difíciles de interesar. El segundo
grupo estaría formado por los que, como yo, sea por la razón que sea, tienen
bien claro quién fue el Patrón y qué supuso para Colombia, EEUU y el
mundo entero. Con nosotros lo tenían mucho más fácil, más tarde o más temprano,
con pasión o con escepticismo, lo tuviésemos como héroe o como villano, lo
cierto es que acabaríamos viéndola. Como ven, los productores de Narcos
nos tienen bien calados. A todos.
Si les soy sincero, a mí lo que me hizo gracia de lo leído
en esa red social no fue tanto la ignorancia de unos y otros, lo que me
enterneció fue que los comentarios demostraban que la serie la está viendo
gente joven, muy joven y/o gente que nunca ha reparado en la figura de Pablo
Escobar y que, en consecuencia, no tiene porqué saber qué putas le pasó
o no al malo (o bueno) de su nueva serie favorita en la vida real. A unos
porque no les ha dado tiempo y a otros porque no les ha dado la gana. Interesar
y enganchar a este primer grupo es sin duda el mayor logro de Narcos.
Y de ahí directamente a la reflexión sobre la frase de
marras, de ahí al reconocimiento expreso a la astucia de los creadores de la
serie y al logro de enganchar a todos a quiénes se la dirigen. Logro que, como
les digo, es doble y ahora es cuando me pongo de ejemplo porque, no voy a
negarlo, en un primer visionado las flagrantes imprecisiones entre serie y
realidad me crisparon. Me parecieron tan burdas, tan intencionadas e
intencionales que casi me pongo a despotricar sobre ellas públicamente como si
fuese el mismísimo Juan Pablo Escobar, hijo real de Pablo. No había entendido
nada. Mis lecturas, mis visionados de documentales y entrevistas sobre la verdadera
historia me habían nublado el juicio sobre el producto que estaba viendo: Los
creadores estaban jugando a mostrarnos una Sirena de Fiji.
Verán, todos los que tuvieron noticia previa de este “hallazgo
criptozoológico” del siglo XIX la tuvieron a través de un grabado que
representaba una hermosa mujer con cola de pez. Cuando el propietario de la Sirena
de Fiji por fin la mostró al público, ésta se parecía tan poco a la que
todos esperaban y aun así era tan atrayente que poco importó incluso que fuera
falsa. ¿Entonces?, ¿a qué se debió su éxito? Miren, el dueño, ya saben cómo son
los yankies, se vio obligado a
colocar un cartel en la entrada en la que ponía algo así como “la sirena de
las ilustraciones no se corresponde con la real”, debido a que los expertos
en sirenas, los primeros que la vieron y que habían presionado al dueño para
que la mostrase cuanto antes, salieron indignadísimos gritando a los cuatro
vientos lo poco que se parecía lo visto a la de la ilustración, “¡Es horrible!”, dijeron, “¡no es ni parecida a las de verdad!”. ¿Resultado?, las colas
fueron kilométricas aun cuando se supo que la 'sirena' era en realidad un mono
cosido a la parte trasera de un salmón.
Pues bien, los creadores de la serie nos cuelgan en cada
capítulo el cartel -no el flotante y único del primer capítulo, sino el
legalista sobre fondo negro- de “la sirena no es la de la ilustración”
contando con los que, como yo, estaban dispuestísimos a gritar como expertos en
la materia que “¡esa sirena no es ni
parecida a las de verdad!”
porque un hype negativo, más aún, el hype que genera la discusión
entre defensores y detractores, es tan efectivo o más que una promoción
positiva.
Recapacité a tiempo y, gracias a la ignorancia natural de
los más noveles en Pablo Escobar, me di cuenta de mi propia ignorancia respecto
al juego que se traían entre manos los creadores desde el principio: el del realismo mágico de la serie, un realismo
que, a diferencia del literario, cuenta con una parte real que sí que es
verídica, aunque en sus detalles dependa de quién nos la haya contado. Este
juego les permite hacer pasar por verdadero lo que no es real y contar sin
ambages ni autocensuras lo que, siendo real, parece imposible. De hecho, desde
entonces me ha aparecido esta media sonrisa bobalicona con la que ahora reviso
la serie, preguntándome qué parte de la misma se creerán como real y
cuál no, los neófitos en el tema. A lo que hay que añadir qué me estaré
creyendo yo como conocedor de la materia y qué sería capaz de
discutirles a los propios supervivientes de aquella época porque lo que me
contaron como verdad no coincide con lo que ahora me cuenta la serie. En
definitiva, conocen tan bien su producto, que la fórmula elegida es tan
ganadora y han previsto tan bien cómo íbamos a reaccionar los unos y los otros
que no nos queda más que levantarnos y aplaudir. La realidad que recrea la serie
es tan coherente y a la vez tan exagerada siendo inventada como la propia
realidad de los hechos, siendo ambas too strange to believe. Véanla si
aún no lo han hecho y si ya la han visto, investiguen, lean y vuelvan a verla,
será como volver a leer Rayuela en el orden que no siguieron la primera
vez que lo hicieron, se lo prometo.
Anteriormente comentaba que los responsables de Narcos
declinaron afrontar un gran reto pendiente y en realidad ese fue el verdadero
motivo por el cual me animé a escribir este texto. Como no me parecía justo
darle sólo palos a una serie que, hasta el momento, me ha divertido tanto, he
decidido dividir esta crítica en dos para poder diferenciar lo particular de lo
general. Y es que aviso desde ya que los palos que se avecinan se los lleva en
la cola Narcos aunque sean los malparidos gonorreas de los
dueños del negocio del entretenimiento gringo quien los merezcan. Y
quizá no sólo ellos, quizá también los medios de información de aquí y allá,
quizá también el resto de empresarios, bancos, inversores de bolsa y demás
poderes fácticos de cualquier país, del mundo entero, y quizá también los
gobiernos, el G-20, la OTAN y las hijueputas Naciones Unidas nos deban
alguna explicación. ¿Exagero? Bueno, lo vamos viendo.
Hasta el momento, ningún documental u obra de ficción nos ha
explicado, con pelos y señales, hasta dónde llegan los enormes y poderosos
tentáculos del narcotráfico. Nadie, nunca, nos ha contado de una forma creíble
esa historia de principio a fin: ese es el gran reto pendiente. Sólo de forma
muy local nos han insinuado, apuntado o medio contado la historia completa. Y
aunque Narcos es valiente, los implicados siempre son los mismos:
funcionarios de a pie, jefes de sección, algunos abogados, algunos jueces,
algunos políticos, algunos medios, algunas empresas de las que nunca se dice si
siguen activas ni se detallan sus nombres. Casos particulares o todo lo
contrario: todos los miembros de la policía de Antioquia estaban comprados por
Pablo, todos los partidos políticos recibían dinero del narcotráfico, todos los
clubes de fútbol de Colombia pertenecían a narcotraficantes. Alguien me dijo
una vez que lo puntual es tan impreciso como lo genérico porque ninguno de los
dos casos nos muestran la verdad. Y miren que en el caso de la Colombia de
Escobar y los cárteles, a estas alturas, se sabe todo aunque no todo se haya
hecho público y sería sencillo sintetizar al menos esa parte de la historia, lo
estrictamente relacionado con Colombia, ese país pobre y poco avanzado del que
podemos hablar mal. Se nos sugiere o se nos pone delante un hilo para tirar de
él, lo que se hace imposible en el caso de Narcos, precisamente, por ese
realismo mágico con el que juega y del que ya les he hablado. Pero es que con
los documentales ocurre otro tanto de lo mismo porque en todos o el héroe es
Gaviria, o lo es la DEA, o lo es la CIA e incluso los hay en los que los héroes
son los paramilitares de extrema derecha.
Y uno, que es de naturaleza ingenuo y que se traga y compra
todas las campañas de marketing que tengan a bien venderle, vi como la gran
oportunidad para invertir esta tendencia que Netflix, Amazon y demás familia
ajena al negocio tradicional, se pusieran a producir y a emitir lo producido
sin el yugo de las grandes cadenas de televisión y de las distribuidoras de
cine. Me dije, mira, para empezar, por fin las censuras absurdas de la tele
americana se van a caer y, coño, si en The
Knick, que es de la HBO, ya se han pasado un poco por el forro el tabú de
que la droga no es cosa de hampones del siglo XX y por fin un personaje
femenino ha amenazado con abortar y no se ha arrepentido en favor de la vida
a última hora en un canal de televisión tradicional, si Netflix se ha atrevido
a hacer una serie nada más y nada menos que centrada en el narcotráfico
colombiano de finales del siglo pasado ¡lo van a tener que hacer en profundidad
incluso asumiendo por fin la parte alicuota norteamericana de la cosa si
quieren transgredir un poco!, ¿no?
Pues, miren, no, ésta tampoco ha sido la ocasión. Y es que
uno, que se ha interesado por la figura de Pablo Emilio Escobar Gaviria, por la
violencia y el narcotráfico colombiano pre y post Escobar, que se ha tragado
libros, documentales, entrevistas de los “supervivientes”, que ha asistido
incluso a ejercicios de valentía parcial con películas como el Scarface de Brian De Palma en su
momento; o Matar al mensajero mucho
más recientemente, que ha visto cómo se “normalizaba” que el gran capo de algún
imperio de la droga fuese un blanco de clase media estadounidense y
no de extracto social bajo afroamericano, italoamericano, cubano, colombiano o
mejicano tanto en cine como en series pues, oigan, que se había hecho la
ilusión de que, por fin, alguien haría de una vez por todas el retrato
completo, real y descarnado de lo que el narcotráfico supone en el mundo y para
el mundo. Porque si hay una historia que lo permite, repito, es la de los
cárteles colombianos de la coca tal fue su impacto y su repercusión en todo el planeta
y a todos los niveles.
Pero los derroteros de los responsables de Narcos
no han sido esos. Hay algo de crítica a la clase política, sí, mucho de
corrupción policial, también, pero se centra tanto en hacerlo sobre la Colombia
del momento que se les pasa por alto, otra vez, hacer autocrítica. Sí vale,
algún palo se lleva Reagan, alguno más Nixon y Bush padre, algo de saltarse las
normas por parte de la CIA, la DEA y demás se ve pero sin hacer sangre,
amagando pero sin dar. Fíjense que el mayor palo se lo llevan los consumidores
locales del polvo blanco a los que se les define como idiotas y no como
enfermos pero, oigan, ¡ni un norteamericano implicado! Bueno sí, un ex de la
CIA al que matan en Louisiana. Y Peña es un corrupto pero es latino y su obsesión
por acabar con Escobar justifica su comportamiento una y otra vez. Mucho más
aseado queda nuestro narrador, Steve Murphy, que además ese sí que es 100%
norteamericano. Pero no en plan indio nativo, sino de los otros, ya me
entienden. Ojo, que hay cierta valentía en algunas denuncias que nos hace
Murphy, siempre desde su experiencia personal y subjetiva, pero es tal la
barbarie del Cártel de Medellín que se queda muy chiquito todo lo demás. Por
eso habría cabido un análisis más global: ante tanto horror habría pasado
desapercibido.
Quizá ni siquiera sea algo que reclamar a esta producción en
concreto que juega a ser otra cosa y le funciona de maravilla, pero por las
condiciones de libertad que nos vendía Netflix, con la necesidad de empezar
fuerte, de arriesgar ahora para que se notase que están abriendo camino y
quieren marcar la diferencia en esta nueva edad de oro de las series, ¿qué
quieren que les diga? Pues sí, decepciona. ¿Hay algo más transgresor que contar
las historias que nadie quiere o se atreve a contar? ¿Hay algo más valiente que
contar la verdad?
Cuando uno ve que Scarface
es de 1983, cuando todo estaba en pleno bullicio, se le perdona a De Palma y a
Oliver Stone, que firma el libreto, hasta que Tony Montana sea cubano y que
apenas haya norteamericanos identificables en el ajo. Pero decepciona más aún
echar la cuenta y pensar que han pasado 33 años sin que nadie, pero nadie, haya
vuelto a tocar así el tema de las drogas. ¿Que hay muchas películas y series
con temas de drogas y de mafia de por medio? Desde luego pero recreativas, de
buenos y malos, incluso de malos buenos.
Por poner unos ejemplos, ¿de dónde sacaba exactamente los
montones de dinero con los que untaba a todo el mundo El Padrino? ¿Juego ilegal? ¿Contrabando, y de qué? ¿Extorsión? Sí,
de todo eso parecía pero de manera muy vaga y, eso sí, sin tocar las drogas,
que el Padrino tenía valores. El blanqueo y la reconversión a empresarios
legales de los grandes capos, sin embargo, sí están bien retratados
especialmente en la injustamente denostada tercera parte, quizá la más pegada a
la realidad de toda la trilogía aunque se viera ensombrecida, obviamente, por
las dos gigantescas obras maestras que la precedieron ¿Los Intocables de Eliot Ness? Facilona y con las cartas marcadas:
la ley seca está abolida desde hace casi un siglo y nos parece hasta pueril a
nuestros ojos. ¿The Wire? Bueno, más
o menos, bastante valiente como retrato social pero demasiado local y sin
nombres propios y, ¿de qué color son los capos? Exacto, del correcto. Del mismo
que Denzel Washington en American
Gangster, otra valiente película que profundiza en la corrupción policial
pero que se queda ahí, en la corrupción de los agentes.
Y por último, como anunciaba, valiente como ninguna otra en
este siglo en temas de narcotráfico es Matar
al mensajero que, como hizo en la vida real Gary Webb, periodista premiado
con el Pulitzer que logró publicar sus trabajos de investigación en todos los
periódicos de la cadena Knight-Ridder salvo, ¡oh, sorpresa!, el Miami Herald [3],
trata los vínculos entre la CIA y el narcotráfico nicaragüense así como las
terribles operaciones para inundar de crack los barrios negros de ciertas
ciudades estadounidenses, eso sí, siempre desde la óptica del trabajo
periodístico y del drama personal de Webb. Valiente pero no completa, como
todas, habla de la CIA como si de un ente independiente de todo control
político y judicial se tratase y asegurando, sin dejar resquicio alguno a la
duda, que Gary Webb se suicidó aunque lo hiciera, pegándose dos tiros, sí dos,
en la cara. Sí, en la cara, donde le dispararon a Serpico. Casualidades de la
vida.
Ninguna, pues, ha afrontado el gran reto de contarnos, de
principio a fin, el fenómeno de la droga en el mundo y sus implicaciones de una
manera creíble. Ni siquiera como ficción, menos aún en forma de documental.
Nadie nos ha dicho qué pasa, punto por punto, desde la plantación de un
narcótico hasta que todo el dinero que se obtiene por él es utilizado ni en qué
lo es.
Cierto es que de lo que va de la plantación (o producción)
al menudeo de las calles nos lo han contado todo o casi todo. De hecho Narcos
lo hace de una manera ágil y hasta elocuente. Y lo que no aparezca en Narcos
lo pueden encontrar en The Wire o
incluso en Breaking Bad. Siempre se
pasa muy de puntillas en lo que tiene que ver con los puntos más conflictivos
de esta parte del negocio, es decir, ¿cómo se pasa de toneladas en toneladas la
droga a lo largo y ancho del mundo todos los días, todos los años? ¿Cómo es que
es tan fácil esconder las gigantescas plantaciones y los mastodónticos
laboratorios? ¿Cómo es que hay tantos ajustes de cuentas entre bandas rivales
sin que nadie parezca hacer nada al respecto incluso hoy[4],
etc...? Pero, vaya, Narcos no evita ninguno de estos
temas aunque caiga demasiado, como es de costumbre en estos productos, en el
poder corruptor y en la capacidad de atemorizar de las organizaciones mafiosas.
Y lo que no explica el eslogan “plata o plomo” lo explica la consabida
inoperancia de los estamentos políticos o sus intereses partidistas o
personalistas.
Como digo no es la parte del negocio que más flojea de esta
serie en particular, más atrevida que otras, ni de las producciones de esta
temática en general. La parte que nunca se nos explica con agallas y precisión
es todo lo que tiene que ver con qué se hace con la pasta cuando se ingresan
sesenta millones de dólares en efectivo al día y dónde acaba. Narcos
sí explica qué hacía Pablo pero, claro, a su manera: se compraban propiedades,
se creaban negocios 'legales' para blanquear otra parte, se derrochaba en
cantidades exorbitantes en fiestas, prostitutas, coches, aviones, helicópteros,
hipopótamos, equipos de fútbol... y cuando no se sabía qué hacer con ello se
regalaba a los pobres o se enterraba, literalmente.
Y es verdad que eso pasó. Tan verdad como que Tata compraba
Boteros, Dalís, Picassos dinero en mano se supone sin que nos hayan dicho a
quién... Pero, ¿y con toda la demás plata qué pasó? Porque Pablo y el
resto del cártel de Medellín se dedicaron a esto durante más de dos décadas.
Veinte años por 365 días por 60 millones de dólares al día sólo de Pablo es
mucho pero que mucho dinero. Como repite sin cesar nuestro narrador Murphy “hagan
cuentas”. Ahora piensen que el billete de mayor valor que existe en EEUU
desde 1963 es el de cien dólares y que no es precisamente el más frecuente en
el menudeo callejero, ¿de cuántos billetes estamos hablando?, ¿dónde se mete,
incluso físicamente, esa ingente cantidad de billetes?
Nada se habla, por ejemplo, de paraísos fiscales, bancos
suizos o ingeniería económica. Vale que Pablo y compañía no tenían demasiada
formación pero su inteligencia era notable, aunque sólo sea por comparación con
El lobo de Wall Street que se
desarrolla en aproximadamente los mismos años, finales de los ochenta,
principios de los noventa, ¿nadie les avisó de que eso existía?, ¿que no era
necesario cargar con toda esa plata, que bastaba con llevarla a un banco
de un paraíso fiscal y abrirse una cuenta?
Y, oigan, que probablemente sí que se lo acabó contando
alguien, que en la serie se dice incluso (de soslayo y sin nombrarlos) que
algunos bancos de Miami estaban en manos de los cárteles pero las grandes
respuestas no se contestan, ¿qué se hace con esos millones?, ¿a quién hay que
comprar para poderlos mover? Más aún, siendo lo más ingenuos y cortos de vista
que podamos, ¿cuántos elementos legales se necesitan salvar, a diario, para
llevar el dinero desde un paraíso fiscal hasta las manos de, pongamos, un juez
corrupto, convertido ya en pesos colombianos?
Un documento real y que apenas tiene diez años incluido como
Apéndice I en la última obra hasta la
fecha de Juan Madrid, “Los hombre mojados no temen la lluvia”, con el membrete
“COMISIÓN. Parlamentaria
Antimafia. República de Italia. Documentación reservada. Fecha: SEP/2006”
recoge frases como las siguientes, merece la pena pararse a leerlas:
“Si la seguridad en el transporte es una obsesión para los
productores de droga, el lavado de dinero es la otra. Esto se soluciona, en
parte, gracias a la actuación de expertos abogados y la existencia de los
paraísos fiscales, a los que añadimos la directa connivencia de grandes bancos
y trusts financieros. El silencio cómplice de las instituciones
bancarias fue, y es, fundamental para la distribución y venta de la droga (…)
Sin ese silencio cómplice, sería prácticamente imposible el fenómeno de la
droga en el mundo (…) La legislación bancaria europea exige un control de las
cantidades de dinero mayores de tres mil euros que se ingresan, o se extraen,
de cualquier cuenta bancaria (…)
Según fuentes de la Interpol, la cantidad de dinero que se
genera al año como resultado del tráfico de sustancias estupefacientes
sobrepasa los cuatrocientos mil millones de dólares (…) ¿Qué ocurre con ese dinero? ¿Se
guarda en sacos? Imposible: se ingresa en bancos. (…) (Y) Ese dinero tiene que
ser invertido en negocios muy rentables para desaparecer de las cuentas
corrientes y ser lavado. Nadie atesora dinero. El dinero existe para
gastarlo (…) Para lavar el dinero, una gran cantidad se reparte en bonos
bancarios, no sujetos a inspección fiscal, talones de billetes aéreos en blanco
o facturas falsas. Otra se oculta en cuentas numeradas y secretas. Y el resto,
que es muchísimo, porque las ganancias de la droga se multiplican año tras
año, se dedica a la diversificación empresarial. Es decir, a la compra de
editoriales, productoras de cine y televisión, periódicos y revistas,
supermercados, biocarburantes, compañías aéreas o agencias gubernamentales,
etc., muy difíciles de detectar. Pero sobre todo, y es necesario recalcarlo, se
invierte en turismo y en la especulación inmobiliaria, cuya relación entre
capital aportado y ganancias sobrepasa la lógica capitalista de la tasa capital
invertido/ganancia.”
¿Han visto alguna
película, serie, documental o entrevista, ya que estamos con Pablo Escobar, en
el que se diga qué bancos utilizaba Pablo, con qué paraíso fiscal se le
relacionaba, en qué empresas diversificó su chorro de ingresos, qué periódicos
compró, qué productoras de cine, qué cadenas de supermercados, en qué negocios
inmobiliarios o turísticos invirtió, las acciones de qué empresas compró o en
la ampliación de capital de qué emporios participó? De acuerdo, es que Pablo y
sus parses eran unos paletos a los que sólo se les ocurrió enterrar su dinero,
el resto lo gastaron o les fue incautado. Vale, y si no es sobre Pablo, ¿sobre
qué otro capo de la droga real o inventado lo han visto?, ¿lo han leído quizá?,
¿qué ocurre con esto?, ¿es que no vendería?, ¿o es que nadie se atreve a hacer
según qué bromas ni aun siendo inventadas por lo que pudiera pasar mañana
cuando vayan a un banco a pedir un crédito, o pasado a negociar la distribución
de su película o al otro cuando necesiten una simple entrevista en televisión
porque toque promocionar lo producido? ¿Quién sabe qué es lo que motiva a la
gente a no hacer lo que no hace, verdad?
Pero, ¿qué pasa
con los políticos? ¿Y con las autoridades en materia antidroga? ¿Por qué no
arrasan con todos los capos como hicieron con Pablo Escobar? ¿Por la Carta de los
DDHH? La práctica totalidad de los países desarrollados cuenta con servicios de
inteligencia, ¿qué les impide utilizarlos en secreto para acabar con el
narcotráfico? ¿Quién se lo iba a cuestionar? ¿Quién se lo afeó a Colombia o a
EEUU con lo de Pablo Escobar? Por tanto, ¿qué le impide a la OTAN o a Naciones
Unidas tomar medidas similares? Insisto, ¿quién se opondría a ello? A lo mejor
el contenido del apéndice II de la obra citada y con membrete “COMISIÓN
Europea Antidroga. Europol. Bruselas, Bélgica. Reservado/Secreto: Oct 2006.”
les dé una pista.
Empieza así: “Según
un informe secreto de la Oficina Central de la Lucha contra la Droga de la
Interpol, el cese inmediato y absoluto del comercio mundial de sustancias
estupefacientes provocaría la quiebra de los más importantes bancos financieros
del mundo y el desplome paulatino de la economía global, sostenida por la
especulación y por la entrada masiva y constante del dinero de la droga.”
¿Van entendiendo
de qué va la cosa? Y miren que no hemos mencionado siquiera temas como el
terrorismo, la especulación bursátil, las fundaciones, los lobbies, los think tanks o la propia internet... ¿Nos
deben alguna explicación o no nos la deben todos estos malparidos gonorreas?
Por Ángel Chatarra
[1]. Por cierto, en
el primer capítulo ese cartel tampoco es el mismo que luego aparece repetido el
resto de la serie, cosas de los episodios pilotos.
[2]. Uno de los ejemplos más random
de esto que digo alude al propio Gabriel García Márquez. El creador del Macondo
mágico ha sido la última gran noticia del realismo mágico que también rodea la
historia real de Pablo y fue revelada hace apenas un año “en primicia
mundial para Puerto Rico” por Popeye, su sicario más famoso. Según el
mismo, Gabo fue el enlace entre los Castro y Escobar para cerrar los negocios
que se trajeron entre manos, según él, el gobierno cubano y el narcotraficante
colombiano más famoso de todos los tiempos. ¿Serían conscientes los creadores
también de esto cuando decidieron incluir este género literario en su relato?
Seguro que no...
[3]. La cadena
Knight-Ridde es la segunda cadena más grande de periódicos en papel y on line de EEUU, y edita entre otros
muchos el Miami Herald, ¿les suena de Narcos? ¿A que un poco sí? Pero,
¿a que no mencionan nada sobre sus vinculaciones con la mafia narcoterrorista
cubanoamericana? Más bien al contrario se le menciona como referente de la
información en temas de drogas, ¿verdad?
[4]. Decía Jhon
Jairo Velásquez, alias Popeye, en una de sus últimas entrevistas que los muñecos
ya no llenan las calles de Medellín pero no porque no los haya sino porque se
han construido muchas incineradoras
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