miércoles, 30 de abril de 2014

EL HOMBRE QUE VIÓ LLORAR A FRANKENSTEIN (2010)


Si alguien se dispone a ver El hombre que vio llorar a Frankenstein tiene que tener clara una cosa: va a ver un documental centrado en uno de los principales pilares del fantaterror patrio, es decir Jacinto Molina/Paul Naschy, y su meta es la de ensalzar su figura (lamentablemente tan denostada por nuestros lares, cabría añadir). Para ello, Ángel Agudo, su director y guionista, se vale de los testimonios de diferentes personalidades internacionales del género que apoyan y refuerzan esta loa a la estrella madrileña -y que van de Mick Garris, que hace las veces de presentador del documental, a Joe Dante y John Landis[1]-; de algunos de los rostros con los que Naschy trabajó en la época dorada del fantaterror -Javier Aguirre, María José Cantudo, Miguel Iglesias o Jack Taylor, son algunos de ellos -; otros con los que estuvo a punto de colaborar -tal es el caso de Jorge Grau[2]-, y otros rostros populares más actuales del fantástico patrio que guardan o no relación (al menos directa) con él -como José Luis Alemán, Laura De Pedro, Nacho Cerdá o Javier Botet-, además de sus familiares y algunos estudiosos de la materia como Víctor Matellano, Del Howison y Ángel Sala.


Como muchos sabrán, la vida y obra de Paul Naschy ya quedó plasmada previamente en la autobiografía escrita por su propio protagonista[3] y más tarde por la llevada a cabo por el propio Ángel Agudo[4], por tanto quien las haya leído comprobará que El hombre que vio llorar a Frankenstein se dedica a traducir en imágenes lo ya dicho, repasando las diferentes etapas artísticas atravesadas durante su trayectoria por Naschy, pero sin apenas profundizar, y de un modo conformista. Y es que, si en ambos textos proliferaban las anécdotas y más de uno y de dos (y de tres) dardos envenenados tanto hacia sus detractores como a algunos de sus compañeros de profesión, en este caso quedan omitidos, y las declaraciones que se recogen de los diferentes testimonios solo sirven para reforzar la imagen de artista maldito en su país pero muy querido en el resto del mundo que tanto ha acompañado a Molina en los últimos años de su vida, con el fin de reivindicar un legado artístico fundamental para el cine de género español (para muestra, esa interesante anécdota de Nacho Cerdá viendo El espanto surge de la tumba a muy temprana edad). Por tanto, lo que podría haber sido la obra definitiva sobre la vida de Naschy queda de algún modo desperdiciada y puede que, por ese motivo, los amantes del género, y de forma más particular los más acérrimos (y exigentes) fans del astro madrileño, queden decepcionados. Este hubiera sido el complemento ideal, una oportunidad de oro, quizás, para arrojar un poco de luz a muchos de los aspectos más polémicos y sombríos que se han dado a lo largo de su carrera. Uno no puede dejar de sentirse desilusionado al comprobar como Caroline Munro o María José Cantudo, dos testigos de los que se podía haber sacado mucha información y muy jugosa, se limiten a repetir lo dicho con anterioridad por el resto de invitados; pero lo que más defrauda es el capítulo de las ausencias, diferentes personalidades que sin lugar a dudas formaron una parte muy importante de la carrera del madrileño pero que, de manera incomprensible, son sistemáticamente ninguneados. Sirva de ejemplo de esta circunstancia que no se aluda a lo largo del metraje la figura de Julia Saly, actriz con la que colaboró en infinidad de ocasiones y coproductora española durante la etapa japonesa de la filmografía naschyniana.


Es por ese motivo que, aun disfrutando de la cantidad de material gráfico incluido con una calidad enorme, sobresaliendo algunas grabaciones y fotografías domésticas inéditas cedidas por la familia, los resultados del conjunto quedan ennegrecidos por el tratamiento al que es sometido un material que brilla, precisamente, por lo opuesto a lo que debería ser cualquier documental; es decir, un intento por acercar al espectador a la realidad, al individuo que se escondía tras la estrella (a veces caída, a veces generosa, a veces cascarrabias) que fue Paul Naschy, y no un producto que rezuma cierto tufillo de melancolía prefabricada al que, por si fuera poco, la empalagosa y ñoña banda sonora compuesta por Enrique García tampoco ayuda mucho.


Puede que, llegados a este punto, y dada las pasiones encontradas que aún hoy despierta la figura de su controvertido protagonista, haya quien pueda pensar que el abajo firmante preferiría un documental en el que se ponga a parir a Naschy. Desde luego que no. De hecho, en parte comprende este retrato tan amable que Agudo ha pintado, pues el hecho de que Naschy falleciera poco tiempo antes de la realización del film y el dolor y respeto que, lógicamente, muestran muchos de los entrevistados, ha sido un hándicap con el que se tenía que contar y del que era muy difícil escapar. Por eso lanzo esta reseña, puede que dura, puede que injusta, para que, en el caso de que sus responsables continúen ahondando en su figura, afronten y muestren al hombre con luces y sombras que fue Paul Naschy. Un artista esencial y necesario para nuestro cine, denigrado por muchos, desde luego, pero en cualquier caso víctima tanto de sus aciertos como de sus errores.


Paul Naschy fue “el hombre que vio llorar a Frankenstein”, sí, pero también, gracias a los personajes que encarnó una y otra vez en la gran pantalla, supo mostrar esa dualidad entre el bien y el mal que habita en los seres humanos. Agudo olvidó a la hora de llevar a cabo este documental que Jacinto Molina creó héroes imperfectos como Waldemar Daninsky, y que aun no siendo del todo bondadosos, tenían un encanto especial,  y precisamente por ese motivo se ganó el encanto del público (y más tarde incluso de la crítica). Lo que necesitaba Paul Naschy no era un documental que lo encumbrase como el mártir al que le llegó el reconocimiento demasiado tarde, sino la obra honesta e intransigente que no solo necesita el propio actor, sino el fantaterror español en general. Por mucho que a sus responsables les pueda parecer lo contrario, de esta forma lo único que se está haciendo es un flaco favor para el reconocimiento de la figura del llorado astro madrileño.



[1] Director, por cierto, de la que Naschy consideraba “la mejor película sobre hombres lobos de la historia”, Un hombre lobo americano en Londres.
[2] Tal y como se apunta en la biografía escrita por Ángel Agudo, Paul Naschy, la máscara de Jacinto Molina (Ed. Scifiworld, Madrid, 2009).
[3] Memorias de un hombre lobo  (Alberto Santos Editor, Madrid, 1997) y su “actualización”, Cuando las luces se apagan (T&B Editores, Madrid, 2008), son los dos libros autobiográficos escritos por Jacinto Molina.
[4] Paul Naschy, la máscara de Jacinto Molina.

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