martes, 22 de febrero de 2011

MÒNICA ARRABALERA


Últimamente me estoy tragando muchos documentales y había uno que me hacía especial gracia, el de la “Reina del Raval”. Este fin de semana, mientras hablaba de ello con mi mujer, caía en la cuenta que hacer un documental de ese personaje podía dar mucho juego. Paradójicamente y sin que me lo esperase, - estas cosas ocurren -, me encuentro que al llegar a casa están dando en el Canal 33, canal autonómico de Catalunya, el documental Mònica del Raval, un retrato exhaustivo y sin florituras de una de las prostitutas más carismáticas de Barcelona. La reina del Raval… Este personaje lo había visto en algún programa de estos, rollo “callejeros”, estos programas que dan por la noche y que no saben más que enseñar penurias y gente vomitando, entre otras cosas de esas. Estos programas se limitan a mostrar, para ser un poco gráfico, la pequeña tela que recubre la mierda, cuando de lo que se trata es de indagar en ella y, si es posible, encontrar belleza, amor, humor y otras cosas bonitas que la gente ignora. Es la diferencia entre algunos programas mierdiles que dan por la televisión y un documental de la talla de Mònica del Raval. Durante dos años, Francesc Betriu y su equipo siguieron las peripecias de esta prostituta del Raval, adjuntando los testimonios de numerosos personajes de lo más variopintos. Familiares, clientes (algunos de ellos, novios), travestis (la competencia), camareros, una pintora, un cura, doctoras, y demás… Todos ellos enriquecen la, ya de por si, interesantísima vida de Mònica, Ramona o Cicciolina, como la quieran llamar. Pero además, y e aquí lo bueno, Betriu no intenta remendar a su personaje con adornos y atavíos tontorrones (aunque en algún momento nos lo pudiera parecer), así que viendo la película nos encontramos, como no, con la tela fina de mierda de los programas de televisión, - antológica la escena en la que uno de los clientes de Mònica, que se habían pasado a la otra acera [los travestis], sin ningún tipo de pudor confiesa ante la cámara que “no hay nada más bonito que comerse una buena polla” -, para más adelante indagar, escarbar y hurgar en el zurullo hasta encontrar algún pequeño trozo sin digerir de garbanzo, lenteja o algún otro alimento; es decir, que allí dentro, en mitad de todo ese caos y esa marginalidad, existe una mujer con un carisma inigualable. Joder, creo que ha quedado un poco desagradable, pero supongo que ya me entienden… Es decir, tras ese maquillaje esperpéntico a lo Divine y esas fachas de freak, existe una mujer que disfruta con su trabajo, con su vida. “Yo a veces he visto un cartel colgado en la puerta de un bar donde decían que necesitaban una camarera y he pasado de largo. No cambio lo que hago para tirarme ocho horas trabajando y después ganar igual o incluso menos”, reconoce. “Si me tocase la lotería seguiría follando igual pero esta vez con quien me apeteciera y gratis”. Mònica puede ser una cara dura, una pícara de cuidado que ha sido capaz de enamorar (y saquear) a unos cuantos hombres, está bien, pero es una tía simpática y agradable. Una señora divertida con una personalidad capaz de atraparnos y no dejarnos ir hasta que acabe de hablar. De verdad, fascinante esta mujer. Lo único malo que encontré en el documental, puede que sea ese mensaje en forma de epílogo que destroza por completo esa gracia y ese salero que emergía de la personalidad de la protagonista.

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