Después de ver la cuarta parte de Indiana Jones una pregunta me ha atormentado a todas horas: ¿merecía la pena una nueva entrega? La respuesta aún no la tengo demasiado clara. Y es que esta entrega no encuentro que tenga mucho en común con las anteriores. Está bien vemos a Harrison Ford con su gorro y blandiendo el látigo, a Karen Allen volviendo a repetir su famoso papel de Marion Ravenwood, la primera novia conocida de Indi en la gran pantalla (Indiana Jones: en busca del Arca Perdida, Steven Spielberg 1981), e incluso vemos una fotografía del padre de Indi, Sir Sean Connery... Pero por lo demás no sé ver nada que se le asimile a las anteriores...
Este Indiana Jones, pese a estar en edad de jubilación (tiene casi 66 años), se mueve, salta y pega como si tuviera 25 años e incluso es capaz de sobrevivir a una bomba atómica (que por cierto me hizo mucha gracia y creo que es una de las mejores secuencias de la película junto a la del final, la destrucción siempre es muy llamativa). Y es que con esta cuarta entrega pasa algo muy parecido con el John McClane de la Jungla 4.0: que los protagonistas de estas sagas dejan de ser humanos para convertirse directamente en superheroes, gracias en parte a los increíbles efectos especiales de los que disponemos actualmente. Así pues, podemos ver una larga e imposible carrera entre los malos (los rusos) y los buenos (Indi y compañia) a través de la selva o que estos sobrevivan a (ni más ni menos) tres caidas por unas enormes cascadas. En esta entrega también descubrimos que tiene un hijo (algo que todo el mundo se espera), interpretado por Shia LaBeouf, un actor que a mi particularmente no me gusta, no me transmite mucho y que ya apareció en Transformers, una película que tan solo he podido ver hasta la mitad ya que la otra me la pasé durmiendo (aunque prometo verla entera alguna vez, sobretodo por la espectacular Megan Fox ¡y porque me encantaban los dibujos!).
Pero ahora tengo que pararme a analizar algo que casi todo el mundo pasa de largo: que este Indiana Jones tenga poco que ver con los anteriores no significa que tenga menos merito o que no tenga su merito, mejor dicho. Me explico: mientras veía la película en una sala de cine repleta hasta los topes, me reí muchisimo y un montón niños más aún. Se lo pasaron bomba, y esto me hace recordar que yo cuando era pequeño también disfruté muchisimo cuando fuí a ver al cine la anterior entrega de Indina Jones (Indiana Jones y al última cruzada, 1989). Está última entrega es inferior, estamos de acuerdo, pero estas nuevas aventuras de Indi inundarán la imaginación de los más pequeños al igual que lo hicieron conmigo cuando tenía 8 o 9 años. Aquellos eran tiempos en los que soñaba con ser arqueólogo y que el descubrimiento de un hueso (tal vez de pollo o de rata) o un trozo de maceta enterrada en el campo, significaba el descubrimiento de un ser primitivo o una reliquia azteca con miles de años de antigüedad respectivamente. Eran tiempos diferentes e Indiana Jones nos hacia soñar con aventuras en selvas tropicales y al igual que nosotros lo hicimos, las nuevas generaciones también tienen derechos a hacerlo. Y lo hacían, vaya si lo hacían. Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal es puro cómic y está muy entretenida que es lo que interesa.
Ahora bien de la ciudad de oro de la que habla el film, nada de nada. Ni rastro del oro. Habrá que preguntarles a George Lucas y a Steven Spielberg, tal vez sepan algo de su paradero...
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