Hace unos días se estrenó “300: el
origen de un imperio”, la secuela del “300” que dirigió Zack
Snyder (que para la ocasión se guarda las funciones de productor y
guionista de la cinta), y eso quiere decir que nuevamente nos adentramos de lleno
en el universo creado por Frank Miller. Pero lejos de toparnos con
una película que aporte algo y enriquezca lo ya explicado en la
anterior entrega, los responsables deciden no salirse del patrón
creado previamente y apuestan por el mismo estilo visual de su
predecesora; es decir, CGI a casco porro, ultra violencia de diseño
y chorros de sangre a cámara lenta sin ningún atisbo de
originalidad (¿en serio que, después de casi diez años, no se
podía haber innovado un poco más? Oh, sí... olvidaba que también
se puede disfrutar en 3D... En fin). La historia por su parte, está
tejida a base de batallas épicas y diálogos grandilocuentes, y se
limita a narrarnos el periplo por el que pasa Themistocles y los
suyos (que al igual que en el film de Snyder, también son poquitos)
en su imposible intento por hacer frente al inmenso imperio
capitaneado por el estrafalario “drag queen” Xerxes. Para ello
traslada su acción a los acontecimientos ocurridos paralelamente
antes, durante y después de lo ya visto con Leonidas y compañía,
sin que por ello, repito, se nos cuente nada nuevo. De hecho, mirándolo
fríamente no nos cuentan casi nada en realidad. Entre batalla
y batalla, el guión escrito por Snyder y Kurt Johnstad no consigue
aguantarse debido a una serie de tramas de lo más delgadas e insuficientes en las que apoyarse (como la del hijo que al final se gana el respeto de su padre y por consiguiente, se convierte en un soldado valeroso), y unos personajes de lo más
endebles salvo, eso sí, el de la malvada Artemisia, griega de
nacimiento que traiciona a los suyos para ponerse del lado de los
persas. Es precisamente por este personaje interpretado por la
exuberante Eva Green por la que la película de Noam Murro se salva
de la quema absoluta. Pero no sólo ella, cabría apuntar que los
únicos momentos en los que mi interés se disparaba era cuando
aparecía en pantalla Green -imperdible ese polvo de Green “contra”
Stapleton que por poco hunde el barco (por cierto, un polvo de lo más curioso pues deja entrever la pluma oculta de Themistocles)-, y Lena Headey – que repite
en su rol de Reina Gorgo -; curiosamente los dos únicos personajes
femeninos del film, por si alguien no se ha dado cuenta. Headey y
Green, ellas dos solas, se meriendan a los griegos, los persas y a
todo el “gayer power” de la película. Esperemos que de hacerse
realidad alguna secuela más, sus responsables aprendan sus errores y
sepan ver que los únicos que pueden hacer frente a toda esta
testosterona comiquera a la que nos tiene acostumbrado Snyder son,
precisamente, las mujeres. Mujeres de armas tomar para más señas.
Si ya lo decía aquella canción: “Uh, ah, las chicas son
guerreras”.
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