viernes, 17 de junio de 2011

LA NOCHE DEL EJECUTOR (1993)

El día de la celebración de su cumpleaños, el Doctor Hugo Arranz ve como un grupo de asaltantes entran en su casa para desvalijarla y, ya de paso, violar y matar a su esposa e hija. No contentos con ello, los delincuentes deciden cortarle la lengua al buen doctor dejándolo mudo. Pasado el tiempo y recuperado de sus heridas (físicas que no psicológicas), el Doctor Arranz decide entrenarse a conciencia para terminar de una vez por todas con la corrupción y delincuencia que reina en las calles de su ciudad.


Aunque la figura de Paul Naschy sea odiada y venerada a partes iguales, una cosa es bien segura: Naschy fue un pionero a la hora de adaptar diversos géneros cinematográficos ajenos a nuestro país. Desde el terror clásico con monstruos al giallo (Una libélula para cada muerto), pasando por estilos tan poco abordados en nuestro país – o al menos directamente – como el péplum (Los cántabros), la capa y espada (El mariscal del infierno), o, tal y como demuestra el título que traemos a colofón, el de los “justicieros urbanos”. Un subgénero genuinamente americano que durante la primera mitad de los años ochenta pondrían de moda los films como los protagonizados por Charles Bronson, con la saga iniciada por El justiciero de la ciudad (Death Wish, 1974) de Michael Winner, el vehículo para el lucimiento de Sylvester StalloneCobra, el brazo fuerte de la ley (Cobra, 1986) de George P. Cosmatos (1), o la ultraviolenta y muy reivindicable Vigilante (1981) de William Lustig, por poner sólo unos cuantos ejemplos.


Si bien es verdad que no siempre fue así, – sirva de ejemplo la bienintencionada Difícil de matar (Hard to Kill, 1991) de Bruce Malmuth (2) -, se podría decir que este subgénero siempre se vio ligado a un mensaje implícito claramente fascista que promovía el ojo por ojo y el tomarse la justicia por su mano, en pos de seguir las normas impuestas por las leyes estatales y el estado de derecho. Sin embargo, tal y como queda demostrado con La noche del ejecutor, ver retratado esto mismo en nuestro país, un país que, al menos de momento, ni tiene los mismos índices de criminalidad, ni la misma tradición armamentística que los Estados Unidos, y que, todo sea dicho de paso, había salido recientemente de una dictadura fascista, no tiene el mismo golpe de efecto, más o menos llevadero, que pudieran tener las lejanas cintas del citado Bronson o Clint Eastwood.


Aquí Paul Naschy, por primera vez en su carrera como actor, hacía uso de su propia voz para doblarse a sí mismo (aunque no sabemos si motivado para evitar críticas negativas o todo lo contrario – demostrar cual expresivo podía ser -, decide que su personaje se quede mudo al principio de la película), encarnando a un acomodado hombre que después de la violación y muerte de su mujer e hija, decide vengarse de los malhechores por su propia cuenta. Ya de primeras, lo que más llama la atención es ver como nuestro vengador, recordemos mudo y sin que pueda comunicarse con los demás, consigue que sus intenciones y pensamientos sean captadas por los demás personajes sin que previamente se nos muestre que este les explicara nada. Y es que, aunque encuentro más que interesante esta figura del “vengador mudo”, creo que el hecho de que los demás “hablen” por él le resta bastantes puntos al resultado final de la película. Pero dejando de lado estas inexplicables decisiones que tomó el director y actor madrileño, – tampoco nos vamos a poner “tiquismiquis” -, La noche del ejecutor hubiera funcionado mucho mejor sin todo ese discurso facha (un discurso que, repito, se podría haber ahorrado ¡el protagonista no habla, por Dios!) y que incluso en algunos momentos, sirviéndose del personaje interpretado por Manuel Zarzo (encarnando a un antiguo oficial franquista), se llega a clamar (aunque no directamente) la vuelta de la dictadura a nuestro país.


Mirándolo desde cierta perspectiva, y analizando un poco el estado más bien avocado al olvido que vivía Naschy en lo que respecta a su carrera, uno podría pensar que quizás las intenciones de Molinaschy con semejante película eran las de mostrar su disconformidad ante los diferentes cambios que había vivido la industria cinematográfica de nuestro país con la ley Miró (tal y como haría, por otra parte, en todas sus manifestaciones públicas de aquella época) y los consecuentes recortes que vivieron multitud de directores, entre ellos él mismo, que elaboraban un cine más comercial y de género. De hecho, en las imprescindibles memorias del actor, explica que el germen de La noche del ejecutor está en el ataque que sufrió una amiga suya (y, en otra ocasión, él mismo) por parte de unos “quinquis”. A lo que añade, “dentro de mi crecía una furia sorda. Tal vez era la rabia tantas veces contenida a través de mi vida; tal vez en aquellos chorizos se reflejaron los impresentables que me han perseguido” (3). Pero, como ya hemos comprobado en más de una ocasión, sobra decir que la sutileza no era algo de lo que pudiera presumir el cineasta madrileño y, tanto el discurso como los caricaturescos personajes de la película, no hacen más que conseguir que La noche del ejecutor fuera desde el principio una obra desfasada (4) y totalmente olvidable, aunque no exenta de cierto interés centrado, principalmente, en las características, repito, muy interesantes del personaje interpretado por Naschy, y en un uso de una violencia gráfica de lo más explícita. Puede que precisamente por tener un mensaje tan carca y fascista – pasados los años las cosas cambiaron y Naschy resurgió de sus cenizas consiguiendo, al menos por parte de nuevas generaciones, el reconocimiento que se merecía -, en Paul Naschy. La máscara de Jacinto Molina, el actor declaraba que a pesar que la película tenía “buenas ideas” (5), se sentía “avergonzado” y reconocía que “el casting no fue el mejor del mundo”. Y desde luego razón no le falta, ya que La noche del ejecutor “goza” de unas interpretaciones que rozan el ridículo y que podrían ir “lideradas” por las hermanas Valverde, – Marta y Loreto -, que “ayudadas” por unas líneas de diálogo de lo más “dabuten”, consiguen llevarse la palma entre tanto despropósitos.


(1) De hecho, el nombre del jefe de la organización narco es “Cobra”, ni más ni menos. ¿Un guiño al film de Stallone?
(2) En dicha película Steven Seagal también perdía a su esposa a manos de unos criminales, pero al final de la película este decide no matar al “malo” y deja que se encarguen de él las autoridades de la ley.
(3) Memorias de un hombre lobo (Alberto Santos Editor, 1997. Página, 185).
(4) De hecho, aunque se estrenó en 1993, si hacemos caso a lo que el propio Naschy cuenta en la última revisión de sus memorias, el rodaje podía remontarse años atrás, concretamente entre 1990 y 1991. “El 28 de octubre de 1991, estaba en el gimnasio Argüelles entrenándome (…) cuando sentí una puñalada en el pecho. (…) Hacía poco había rodado La noche del ejecutor, un thriller de acción”. (Cuando las luces se apagan, T&B Editores, Paul Naschy 2008, pág. 146-147). Aunque también es verdad que los hay que, tras una “ardua” investigación, datan su realización mucho antes (y no cito nombres para evitar suspicacias).
(5) Paul Naschy, la máscara de Jacinto Molina de Ángel Agudo (Ed. Scifiworld, 2009, pág. 273)

Reseña escrita para La Abadía de Berzano.

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