

Aunque como suele pasar en los films del tío Jess, la historia se vuelve más y más abstracta, - también debido en parte a la dirección abrupta a la que nos tiene acostumbrados el director -, se podría decir que los vampiros interpretados por Vernon y Nichols no son otra cosa que alter egos o metáforas de los filtreos del conde Max Karlstein (Daniel White), mientras que Jess Franco, acompañado del (ambiguo) inspector de policia encarnado por Alberto Dalbés y el reportero interpretado por Fernando Bilbao intentan desenmascarle. Hay una secuencia bastante gráfica en la que vemos a Karlstein tocando el piano mientras Nichols-vampira hace el amor y asesina a otra de sus víctimas. De hecho, el vampiro encarnado por Vernon también se llama Karlstein. Es como si en los sotanos, lugar donde duerme ese vampiro, el tal Karlstein guardase sus "amores" (recordemos que en el film el sexo y la muerte están muy unidos).
Lamentablemente todos los "crímenes" de Karlstein son ocultados por otra de sus amantes Yelena Samarina, y el Karlstein-humano logra salir en libertad mientras que el vampiro sigue oculto en el sótano. Al llegar al final del film seremos testigos de como Franco y Samarina deciden comenzar una relación ya que esta última se ha quedado "sola". Franco, que en el fim interpreta a un tipo llamado Jefferson, accede aún sabiendo que ella no le "ama", pero antes decide ir al lugar dónde se esconden los vampiros y termina con ellos.

Es un final extraño pero bastante poético y a la vez triste. No sé, todavía no tengo muy claro lo que se me ha querido decir con ello pero me ha gustado. Yo diría a modo de colofón que Franco decide terminar con el rastro "amoroso" que le dejó White a Samarina y que podían estar personificados, como ya había dicho antes, en los vampiros interpretados por Vernon y Nichols. ¿No?
Una paranoia vamos.
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